Como la gran mayoría, sin necesaidad de comprar el discurso pesimista de los medios durante toda la semana previa al partido entre Colombia y Chile, estaba muy poco entusiasmado con el partido disputado en Barranquilla.
Lo único que deseaba era no sufrir una de ésas derrotas que quedan marcadas con fuego en la retina, una de ésas goleadas que, para lo único que sirven, es para generar una especie de catarsis colectiva, incluso una especie de harakiri, del que nadie, ni jugadores, dirigentes ni mucho menos periodistas salvan en pie.
Y la cosa iba para allá. En menos de 30 minutos, Coloombia nos tenía uno adentro y a juzgar por el juego mostrado por los chilenos (pelotazos locos a Pinilla), eran muy pocas las posibilidades de éxito en el infierno cafetero.
Pero el fútbol es así y cuando uno menos se lo imagina, la tortilla se da vuelta. Cuadno empezábamos a desempolvar los discursos lastimeros de la pasada eliminatoria, Ricardo Rojas (en complicidad con el arquero Miguel Calero, hay que reconocerlo) se despachó un cabezazo que nos devolvió el alma al cuerpo. Y pudimos haber ganado.
El tema es que, como varios más, me prendí como pasto seco. Apenas se encendió la luz de esperanza mundialista, partí lo más rápido posible a comprar mis asientos para el día D, el próximo miércoles 12 de octubre.
Ya estuve en el estadio cuando Chile aseguró su paso a Francia 98 y si bien esta vez la situación dista mucho de aquella, vale la pena el intento. Vale la pena el plantón de la fila en la boletería.
Llegué hasta el Ticketmaster del Cine Hoyts de La Reina. No va a haber nadie pensé. Craso error. Ya habían 50 fanáticos antes que yo, eso sin contar la familia miranda, el compadre que llegó a colarse a la fila, el tío, el primo y hasta el vecino.
Claro, como la reacción fue simultánea después del pitazo final en Colombia, el maldito sistema colapsó y sencillamente no dio a vasto. Varias veces los silbidos interrumpían los comentarios del partido y todo por culpa del mentado sistema.
Tampoco faltaron los oportunistas. Aquellos que preguntaban ¿Qué significa eso de Tribuna Andes? Esos empingorotados amigos que, atraídos por la fugacidad de la última esperanza de triunfo, llegaron a comprar sus tickets sin tener la menor idea de lo que en verdad estaban haciendo.
El tiempo jugaba en mi contra. Llevaba más de una hora en la fila y en 30 minutos más el sistema, otra vez el sistema, iba a dejar de funcionar. No quería ni imaginarme con la puerta cerrada en mis narices, así es que me uní a los silbidos, a las quejas y a los reclamos. Siempre tranqui eso sí, Chile había empatado y esa alegría aún era más fuerte que el plantón de la fila.
Ya tengo mis boletos en la mano. Como en casi todas las eliminatorias (o clasificatorias, el jueves les digo) voy a estar con la selección. Espero quedar ronco gritando los goles de Chile. Espero volver a sentir esa emoción de noviembre de 1997, cuando goleando a Bolivia, aseguramos un cupo en Francia 1998.
Si es así, seré el hincha más feliz del planeta. Si no, seré el más crítico de los forofos. Es así no más. Paso de la alegría a la tristeza con una facilidad digna de mejor causa. Soy bipolar, pero, sobretodo, soy hincha. Y eso es lo más importante.