Yo no di la
P.S.U. ni tampoco la pienso dar. Yo soy de la generación P.A.A., de aquellos que retirábamos los formularios en un solo establecimiento (qué caos fue eso), de aquellos que rellenábamos ésos formularios con lápiz grafito Nº2 (ojalá Faber Castell), de aquellos que conocíamos los resultados sólo por el diario (una de las pocas veces que compré La Nación) y no a través de la red como se hace hoy. Menos mal.
Acabo de ver en las noticias de las 18:00 horas a una de las tantas jóvenes que, como mi hermana, se enfrentaron ante el que puede llegar a ser el primer gran desafío de sus precoces vidas. La antes citada Prueba de Selección Universitaria.
La pobre estaba hecha un atado de nervios. Pataleaba lenta, pero insistentemente el suelo mientras al camarógrafo registraba su apoyo para la nota respectiva. En sus gestos, nerviosos y tensos, no sólo estaba su ansiedad frente al documento, sino, quizás, la responsabilidad de responder ante sus padres y toda su familia, la tremenda inversión que significa por éstos días la educación privada en nuestro país. Y ahí está el problema.
Como todo, la educación también es un mercado y, por éstos días, está como el pescado y los limones para semana santa. Todo, hacia dónde uno mire, está contaminado por algún Instituto Profesional, alguna Universdidad o algo parecido. La idea es captar a los clientes lo antes posible y hacerlo definitivamente, no vaya a ser cosa que se arrepienta después. Así entonces, tenemos para todos los gustos, para todos los sectores.
Universidades
carísimas en las que no sólo se paga una dudosa calidad docente ni una inmensa y, a veces, poco funcional infraestructura, sino que además (y en algunos casos éste parece ser el principal atributo de la casa de estudios) un status que nadie o muy pocos están dispuestos a ofrecer. Hablo de verdaderos ghettos.
El modelo se reproduce y así es como tenemos a los mismos ocupantes de la sala de clases de determinado colegio de determinado barrio, estudiando en la misma sala de determinada universdidad. ¡Y más encima les quedan cerca de casa!
Así, el verdadero concepto detrás de la universidad (amplitud, variedad, tolerancia, respeto por el otro, apertura y sinónimos) se enpequeñece frente a otros como una extraña y a mi juicio, insana uniformidad donde todo funciona a las mil maravillas y si no... acúsalo con tu papá Ñoño.
A veces siento que algunas universidades no están formando talentos. Ni siquiera creo que se den cuenta de ellos, sino que los mantienen, como quien le echa agua a una planta para que crezca. Así de rudo, así de crudo.
Afortunadamente, por lo menos en mi
experiencia académica, no pasa así. Ni como
alumno ni como profesor siento estar aportando a ése modelo de desarrollo profesional. Todo lo contrario. El punto está en que los jóvenes, los mismos que sienten que entre hoy y mañana se están jugando el pellejo, no lo vean todo tan blanco y negro.
Hay matices, hay más posibilidades y, sobre todo, hay más, pero mucha más información.