Yo no fumo. Fumé, de mono -debo reconocerlo- un par de años, mientras me iniciaba en la
universidad. Al poco tiempo descubrí que toda la oferta de placer y gozo asociado al cigarro se ve, por decir lo menos, menguada en cualquier patio o pasillo universitario. No falta quien fuma gracias a los demás y así, cansado de pagarles el vicio a varios y aburrido por el olor a humo en mis ropas, de un día para otro, dejé el zippo en la casa y nunca más he vuelto a comprar cigarros.
Sin embargo, vivo en un ambiente de fumadores. Mi papá, mi mamá y mis dos hermanas también fuman. Y los fines de semana, cuando se agrega el resto de la familia, la cosa se pone grave. El nivel de humo sobre la mesa es francamente impresionante.
¿Por qué la contextualización? Porque por éstos días he ido a visitar a un muy querido tío al
hospital. Su nombre es Eugenio y fue fumador de los empedernidos, de aquellos que con la colilla de uno prendía el otro, un fumador que llegó a consumir hasta tres cajetillas al día.
Hoy, como era de suponer, está con
cáncer al pulmón. Afortunadamente está bajo tratamiento y podremos disfrutar de su presencia por un par de años más por lo menos, aunque en éstos casos nunca se sabe. En fin. El tema es que en su habitación de semipensionado del Hospital Clínico de la Universidad Católica (qué rimbombante suena) están otros tíos Eugenio, igual o peor que el mío.
En sus caras se puede ver el sufrimiento, la soledad de la situación, el dolor y la angustia de sentirse con los días contados... y todo por culpa del cilindro nicotinoso. Rodeados de familiares desesperados, de santitos e imágenes religiosas de toda índole, se quejan y se quejan en lo que puede ser la banda sonora de una película llamada Tragedia de una muerte anunciada.
Estoy casi seguro de que si un buen día, un ángel o un genio bajara para decirles que pueden retroceder la máquina del tiempo, varios de ellos, vamos, todos, todos dirían que no al momento de optar entre fumar o no.
No sé qué hace falta para que de una vez por todas asumamos lo dañino del cigarrillo. Lo mal que le hacen al resto quienes se pasean humeando cuales chimeneas ambulantes. Evidentemente se ha avanzado al respecto, pero aún
falta.
En nombre de mi tío, de mi estimado y querido tío, ojalá no sea demasiado tarde para muchos de ustedes y para mí también.
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