El vuelo 704 de Lan Chile se apresuró un poco y llegamos a Madrid a eso de las 12:30 horas locales, una media hora antes de lo previsto. ¿Qué cómo estuvo el viaje? Bien, no fue tan agotador ni tan incómodo como lo pensé. A mi costado, se sentó una de las típicas viejas buenas para la conversa. Sin embargo, cuando me preguntó dónde estaba la bolsa de mareo (todo el mundo sabe que está en el bolsillo del asiento del frente) decidí no hablare más y ponerme los audífonos.
Ta vez lo único molesto del viaje fue una guagua a la que nunca consiguieron callar. La pobre chillaba de mañosa no más. Y, como suele suceder en éstos casos, dejó de llorar sólo cuando sus fuerzas desfallecieron.
En cuanto a la tripulación, no tengo quejas. No estaba Halle Berry, pero pasó cerca. La morenita que atendía mi fila era tanto o más atenta que la mejor y siempre contaba con una sonrisa antes de decirme "señor" lo que no dejó de incomodarme. Hubiera referido joven, pero en fin. Es un detalle.
El Airbus contaba con una serie de entretenciones. Películas como La Hechizada con Nicole Kidman, El Sr. Y la Sra. Smidth, Batman Inicia; además de Friends, CSI y otras series de Discovery Chanel. En cuanto a Música, escuché el X&Y de Coldplay enterito y me entretuve jugando a Quién Quiere Ser Millonario (Llegué hasta los $12.500.000).
Como iba preparado, cuando me bajé del avión casi podía recitar las estaciones del metro que debía recorrer. Eso sí, antes, en Policía Internacional, agradecí ser chileno y no ecuatoriano ni boliviano, porque a ésos pasajeros les preguntaban hasta el grupo de sangre antes de pegarles el timbrazo en el pasaporte.
Llegar al metro, con un bolso de casi 18 kilos, otro de mano y un libro de 400 páginas fue una odisea. O casi. Aproveché todos los pasillos electrónicos, como los que hay para entrar a los supermercados, para descansar mi pobre hombro. Calculo que caminé cerca de un kilómetro dentro del aeropuerto hasta comprar mi ticket de metro. Un viaje, un Euro. Y partí.
Harto feo el metro de Madrid. El chileno no tiene nada que envidiarle y, aunque éste es más viejo, se nota que está mal tenido. Que no lo cuidan. No es la imagen del vagón pasando por un callejón de Brooklyn, pero casi. Vidrios rayados, puertas trabadas, asientos desteñidos y ése tipo de detalles.
Recorrí las mismas estaciones que me indicó el sistema del metro en el web site (te calculan hasta el tiempo aproximado de viaje, las combinaciones, etc.) hasta que llegué a Manuel Becerra, la Plaza que le da nombre a la estación más cercana al piso donde me quedo, el que acaba de alquilar mi polola con unas compañeras de Máster.
Entonces vi mi sombra sobre el piso madrileño. Sentí la brisa invernal sobre mi pecho y pude, apenas levanté los ojos de la escalera, descubrir la ciudad. Impresionante. Bello, tradicional, bien cuidado, ordenado, limpio, agradable, respetable, etc.
Dejé mis cosas en el piso, boté los últimos gases criados en mi tierra (en el baño, por supuesto) y partí al Burger King más cercano, a reencontrarme con un delicioso Whopper.
Mientras le entraba al sándwich me trataba de convencer. Estoy en Madrid, a no sé cuántos kilómetros del terruño, cumpliendo un sueño que de alguna manera también es un logro para toda mi familia que dejé en el Aeropuerto de Santiago. Es increíble.
En mi recorrido por el barrio el barrio me llamaron la atención un par de cosas: Las churrerías y chocolaterías, conocidos carritos (éstos sí que están bien acondicionados) donde preparan todo tipo de churros. Rellenos, bañados en chocolate, solos... de un cuánto hay. Lo otro llamativo es que las papas fritas, venga, las patatas fritas les venden como se venden las cabritas en Santiago. A granel.
Fui al supermercado (Ahorre más) y me di cuenta de lo mismo que se puede dar cuenta uno en Chile. Que las cadenas de supermercados están casadas con determinadas marcas (marcas propias) y eso es lo que hay. No hay más. Los precios, algo más caro que en Chile, pero ni tanto tampoco. Después de tomarme un jugo en el Gatsby del aeropuerto me siento culpable.
Madrid es una ciudad grande. Algo parecido a Buenos Aires en ése sentido, pero infinitamente más cosmopolita. Vi turcos, latinos, marroquíes y otros africanos, franceses, alemanes, holandeses... de todo. Todos se sienten parte de la ciudad y se respetan todavía. Me dí cuenta del afecto que le tienen los vecinos a la señora del kiosko, al aseador municipal y al portero del edificio.
Hasta el momento lo he pasado de lo más bien. Ya me tomé un par de cervezas (Amstel, para otro día dejo las Mohou) y para mañana tengo una cita con los míticos Yogurth Danone. Toda una experiencia que, obvio, se las contaré en éste mismo canal y a la hora que ustedes quieran.
Saludos desde Madrid.