El día comenzó tarde por culpa del llamado reloj biológico, es decir, que aún estoy acostumbrado al horario chileno y no al madrileño. Me despeté a eso de las 11:30 (En Chile lo hago a eso de las 07:00) y partí a la cocina a tomar desayuno. Hice café, me preparé un sándwich con jamón de pavo y volví, después de varios lustros, a tomar yogurth Danone. Excelente.
Mientras, dejé que el frío matinal ventilara la pieza, hice la cama y preparé mi ropa, camiseta incluida para la jornada. Fui a la ducha y primera sorpresa del día. La ducha, el accesorio de baño desde el que sale el agua, está dispuesto hacia la parte más angosta de la tina. ¿Cómo así? Si fuera una cancha de fútbol, el agua viene desde la tribuna andes hacia la tribuna preferencial y no de sur a norte o de norte a sur como debería ser. Plop!
Me encolonié, ma amarré las zapatillas y partí, mochila al hombro y playlist cargada, hacia el metro. Iba rumbo a la estación Callao, lugar más próximo para ir a la Casa del Libro, ubicada en la Gran Vía.
Salí sin mapa, tratando de mimetisarme con los madriñeos avezados. No me fue tan mal. Eso, pese a que apenas tomé el metro en Manuel Becerra partí para el otro lado, en el sentido opuesto al que debía, según mi plan. No importó porque las múltiples conexiones del metro madriñeo me permitieron aplicar el Plan B y llegar igual no más a destino.
Salí de las catacumbas de la ciudad y llegué a la famosa Gran Vía. Uf! Qué avenida. Impresiona todo. Las construcciones de los costados, el comercio (El Corte Inglés la lleva), los buses, los taxis, todo. Ya, eso sí, no me impresionan tanto las personas. Me estoy acostumbrando a ver negros (sin resentimientos, por favor) de dos metros, rubios, morenos, gays, lesbianas y viejos y viejas, sobre todo, personas de la tercera edad. Esa fue la conclusión de hoy, en Madrid y extrapolando a España y a Europa en general,, se ve mucho viejo en la calle, se nota que no es cuento aquello de las tasas de natalidad negativas y ese rollo (Ja!)
Le pregunté a un policía por el puro gusto de hablar con alguien sobre la dirección que buscaba. Me indicó sin problemas y partí por la Gran Vía tras La Casa del Libro. Llegué.
Llegué y lo primero que recordé fue aquellas grandes librerías de Buenos Aires. Esta, tiene cuatro pisos y ediciones hasta para el más exigente de los paladares literatos. La cagó. Nadie te dice nada, nadie te sigue, nadie te molesta y, muy por el contrario, están siempre atentos a ayudarte. Vi libros de fútbol, de periodismo y comunicación, de cine y de poesía, debido al encargo de un amigo. Compré y como acá se preparan para Reyes, creo que es el 6 de enero, me regalaron una agenda 2006.
Salí a la nada, a tratar de caminar y caminar, conociendo sin que se me notara la cara de turista por la calle. Vi el Banco de España, un edificio imponente que ocupa una de las esquinas de la Plaza Cibeles, sí, la misma donde se celebran los títulos del Madrid. Caminé un poco más y llegué a los pies de la Puerta de Alcalá, citada en una canción de Ana Belén, creo. Devolví mis pasos antes de llegar al Parque del Retiro porque mi novia así me lo pidió (tengo vedados ciertos lugares de la ciudad ara conocer solo) y entré a un par de tiendas de souvenirs. Compré película fotográfica, me entregaron una especie de catálogo sexual (la oferta incluye fonos eróticos, sexo homosexual y del otro, además de otras joyitas) y volví a enterrarme en el subsuelo madrileño.
Hoy el Metro me pareció menos malo. Entendí que está viejo y que, para la funcionalidad que tiene, está más que bien. No sé. Tal vez esté acostumbrado, mal acostumbrado a vagones seminuevos como los de la Línea 1 del Metro Santiaguino. En fin.
Volví al piso, comí una deliciosa pizza romana (jamón, aceitunas y champiñones) que había comprado en la mañana en el súpermercado y salí a llamar. La joven que atiende en el locutorio ya me conoce, así es que es más cordial el trato. También, entiendo, se debe a que ella también es latina. No sé si ecuatoriana o colombiana, pero española no es.
Así pasó mi día. Cada vez reconozco más el barrio. Hoy, cuando volví de mi periplo por el centro, sentí la sensación de llegar al nido, pese a que recién lo estrené ayer. En fin. Madrid es una ciudad amable y segura (prueba de ello es que los cajeros automáticos no están encerrados en una cabina, sino pegados a las murallas) y hasta creo que si alguien me viera con la mochila abierta me lo diría y no trataría de meter la mano.
Para mañana, antes que llegue la presencia femenina a mi vida en Madrid, pretendo recorrer el Santiago Bernabéu y sentirme un poco orgulloso y nostálgico de las proezas zamoranísticas por esos lados. Mañana les cuento. Saludos a todos y mucha suerte.