Llevaba varios días sin ir al cine. Aún me queda ver La Sagrada Familia y Las Tortugas También Vuelan, pero opté por la argentina
Iluminados por el fuego, basada en un libro que a su vez se basa en la
Guerra de las islas Malvinas. Me hubiesa quedado a ver la última, pero de ahí me tendría que haber ido al sicólogo, hubiera quedado con depresión y es viernes. Hice lo mejor. Creo.
Salí del cine como con rabia. Rabia, primero que todo, por los militares. No importa qué bandera tengan en el hombro, da lo mismo. A la hora de la guerra, son todos iguales. Como cortados con la misma tijera.
Salí con rabia por no tener más años, por no recordar, por no registrar en mi memoria el horror de la guerra. Mis primeras añoranzas parten en 1982, pero en torno a
Naranjito, la mascota del Mundial de España 1982. De ingleses, Gurkas, Malvinas y todo eso, nada. Me enteré grandecito ya.
También, debo reconocerlo, me da rabia conmigo mismo. Por pendejo, por mono o por cualquier sentimiento más o menos similar, grité -y gocé haciéndolo- Argentinos, mari... les quitaron las Malvinas por hue...
Ahora que Vargas y Leguisamón me enseñaron un poco más del horror que se vivió en las islas, no me atrevería a hacerlo de nuevo.
No sé, tal vez me equivoqué de película y debí haber elegido algo más light, más soft. Ya no lo hice y desde ahora en adelante, las islas Malvinas no serán lo mismo para mí.