Ok. Estamos de acuerdo con eso de que el trabajo dignifica y que ante la necesidad, siempre es mejor estar ocupado que cesante. Ok. Estoy de acuerdo con eso. Sin embargo, este mediodía, mientras estaba en la Biblioteca Nacional, me inspiré para escribir éste post. ¿Qué pasó?
Eran las 13:30 y el cartel decía que el servicio de fotocopias era sólo hasta las 13:45 horas, inapelable. La fila era extensa y, arrinconado en una de las esquinas del salón Gabriela Mistral estaba él, el prototipo del funcionario público por excelencia, es decir, un gallo mal vestido, mañoso, refunfuñón y multifacético. Sacaba fotocopias, ordenaba la fila y hacía de recaudador, una especie de tres en uno. Obvio, como suele pasar en nuestras reparticiones públicas, a sólo un par de metros del tipo, dos, una pareja de colegas miraban el techo, contaban las moscas o cualquier otra distracción parecida. Una escena absurda, debo reconocerlo.
Estaba en eso, esperando mi turno cuando pensé: Ni a palos me metería a una pega como esta. Llegan y llegan estudiantes distraídos, ignorantes, faltos de la más mínima capacidad de análisis del entorno (uno de ellos me preguntó hasta qué hora se atendía, casi apoyado sobre el letrero que señalaba el horario de atención... osea), hay patudas (sólo vi mujeres en ése plan) que pagaron con cinco mil pesos una compra por menos de quinientos... huelga decir que no habían monedas para dar vuelto. Yo, de plano, escribo bajo el horario de atención, así como sucede hasta en los más humildes boliches de barrio, "pague con sencillo, por favor". En fin. De fotocopiador de biblioteca no me meto ni a palos.
Tampoco lo haría de garzón. Me cargaría tener que trabajar mientras otros disfrutan y lo pasan bien. Ok. Puede ser que en plan reporteo me entere de más de alguna papita, pero no, prefiero concertar una entrevista personal con anticipación. Además, con mi pulso, no llegaría ni con la mitad del pedido a las mesas.
Tampoco me lo pasaría muy bien en las cadenas de comida rápida. Eso de escalar en el organigrama de la empresa, de que el gerente de este local empezó como tú, desde abajo, no me lo trago. Me carga. Sencillamente no soy de esos. Ya tuve lo mío con la piocha de vendedor part time en Falabella y un par de navidades me bastó para convencerme de lo mal que se pasa allí dentro. Hay hueveo, compañerismo y eso, pero sobretodo con los estudiantes, desde los jefes para abajo, no hay respeto. Al final el que más trabajaba y el que menos ganaba era yo. Injusto por donde se lo mire.
Mucho menos me gustaría ser chofer de micro. Si uno de mis tíos influyó para que alguna vez agarrara un flotador y me sentara en el suelo a conducir mi micro imaginaria, pues su influencia llegó hasta ahí no más. Gracias a Dios. Eso de levantarse con las gallinas y acostarse con los murciélagos no me va. Además, sigue siendo una pega mal pagada y nunca bien ponderada. Para agarrar vehículos grandes, me meto a los bomberos. Cumplo mi sueño (manejar uno de esos carros rojos con las sirenas a todo volumen por las calles) y de paso ayudo a la comunidad.
En definitiva, estoy bien como estoy. Me gusta lo mío. El periodismo es mi vocación (y eso que falté el día en el que hicoeron el test vocacional en el colegio) y aunque no me hago rico como un ingeniero comercial o un empleado de Codelco, mal no me la paso. Gano en experiencia, en historias, en anécdotas. La vida misma.
Tal vez, sólo tal vez, recapacite en unos cuantos años más y, a propósito del post anterior, me meta a derecho. Siempre me han dicho que soy como abogado del diablo o esas cosas. Mal no me la pasaría. Al menos ya tengo un poco de carrete en esos rollos.