De un tiempo a esta parte en eso me he convertido, en un reclamador profesional. Al parecer, desde que el Presidente Lagos se fue, y desde antes también, las instituciones no funcionan, han dejado de funcionar o, derechamente funcionan mal.
Hablo de los servicios como VTR, Aguas Andinas o las micros como el recorrido 638 por ejemplo. Hablo de los bancos, mi banco, el Banco de Chile. Hablo de los call centers en todas sus versiones, de los repartidores de pizza, de los cajeros en los locales de pizza (¿se han fijado que nunca tienen vuleto?), de esto y de lo otro. De las autopistas, de los impuestos, de los planes de telefonía celular, de la letra chica de los créditos, de los servicios de encomiendas al extranjero... Uf!
El problema es que hay que pegarse al teléfono, hay que levantar la voz, amenazar con el nunca bien ponderado SERNAC, esto y lo otro para que recién aparezca un asomo de arreglo o solución.
Y lo peor de todo es que antes de llegar a éstos puntos, los vendedores, los tipos que atienden el teléfono y todos ellos han pasado por las famosas capacitaciones. Les han dicho, a costa de cuantiosos recursos para las propias empresas y para los mismos postulantes, todo lo necesario para hacer bien le pega. No obstante, como me pasó cuando fui a comprar un decodificador de VTR al Parque Arauco, los gallos salen sin tener la mejor idea de nada. Un verdadero descalabro.
No sé, pero creo que el trato es cobrar (y pagar, se entiende) por un buen servicio a la primera, sin letra chica, sin versiones divergentes, sin chanchullos.
Por eso admiro y echo de menos mis días en España. Allá sí que funcionan las instituciones, allá sí que se respeta al cliente y, por lo menos, se dan el tiempo para explicarte el por qué y te dicen, a la primera, la verdad. No como acá.