No es lo más importante para el caso, el hecho es que la noche del sábado recién pasado -antes del partido entre Chile y Colombia- terminé en uno de los tantos recintos de esparcimiento propiedad de la conocida Cuca. Se trató de la discoteque Luxor, una especie de pirámide egipcia en medio de la Avenida Departamental, comuna de Macul.
La entrada, anfitriones disfrazados para la ocasión incluidos, fue un golpe. Pocas veces se puede apreciar una construcción tan grande, con tanta pompa, tan magnánima pero, al mismo tiempo, tan kitsch. Ni toda la plata del mundo, parece ser el comentario de rigor, es capaz de comprarle a uno el gusto, la decencia, las buenas maneras.
Poco a poco, en la medida que los primeros minutos del domingo avanzaban en el reloj, la pista de baile y sus alrededores comenzaron a llenarse. Gente, en el amplio sentido del término, se acercaba aún tímidamente al corazón del carrete. Había de todo, desde modestas dueñas de casa que se permiten una canita al aire como ésta hasta las infaltables colegiales (maquilladas al extremo y luciendo generosos escotes) y pasando por cabos de las distintas fuerzas armadas haciéndose los galanes con la polola de turno y, era que no, otrora comensales en las parrilladas aledañas, también propiedad de la señora Gladys González, que pasados de copas, decidieron matar la noche movindo las caderas.
Fácilmente habían tres mil personas y, mientras bailaba en uno de los rincones de la pista, pensaba en lo democrático que es el carrete en este lugar. Se pagan las mismas siete lucas que en la discoteque más empingorotada de Vitacura, pero nadie le pone a uno mala cara y afuera, en lugar de lujosos BMW o Mercedez benz, hay mucho auto coreano (Daewoo y Huyndai principalmente) y uno que otro europeo (El Peugeot 206 la lleva por estos lares). La Cuca sabe hacer bien el negocio y peina bien a sus guardias, elige con pinzas a la liceana más bonita para que atienda la barra, disfraza a los anfitriones, deja que lleguen las promotoras y, por supuesto, tiene una carta bajo la manga.
Cuando la curva de rendimiento ascendía hasta el aparecimiento de los primeros trencitos y ese tipo de demostraciones de jolgorio, la música se detiene para darle paso a un grupo de bailarines muscolosos y bien dotados de los que no me extrañaría una tarjeta con su nombre sobre la palabra prostituto o bailarín privado que es lo mismo. También había, para ser más precisos, bailarinas, pero creo que sus pergaminos eran los mismos o quizás más evidentes que los de sus colegas, así es que podrán imaginarse la figura.
La oportunidad sirve para que el DJ se luzca con lo más under de su colección, pistas completamente embobadas por el poder de los samplers, las mezclas y, en definitva, los instrumentos que dominan la llamada música electrónica. La oportunidad, también, es el momento propicio para que el escenario demuestre sus dotes. Pequeñas llamaradas en su perímetro más cercano al público, telón corredizo hacia los costados, potente juego de luces y la gallada enfervorizada por lo que llamarían el evento. Gol de la Cuca.
La música de moda otra vez se apoderó de la pista. Las niñas, como si se tratara de una prueba de educación física o algo así, coordinaban sus movimientos imitanto las mismas controsiones que tarde a tarde se emiten desde el canal 9, Megavisión. En efecto, la pista olía a Viñuela y creo que hasta pude ver al guatón Hernández tratando de meter la cámara por debajo de la falda o encima del escote. La noche avanzaba inexorablemente y, junto con ella, el nivel de adrenalina y diversión de gran parte de los asistentes.
Como el flyer hablaba, así de generalmente, sobre la presencia de figuras de la televisión uno podía esperarse cualquier cosa: Nelson Mauri, Che Copete, el Huevo Fuenzalida... quizás quién iba a salir. De hecho, uno de los bailarines de Rojo, el brasileño, se lució junto a sus compañeros de grupo y al ser despedido por el animador, que curiosamente hablaba desde atrás de las bambalinas, fue señalado como Wellington Silva, opción 17. Osea.
El hecho es que la segunda interrupción valió más la pena que la primera. De ello puede dar fe la señora que no creía lo que le estaba pasando. Hotuiti, el pascuense que conquistó el "conti" le tocaba la mano y le decía un par de cosas. Una que otra foto, sacada por la vecina del bloque, inmortalizó el hecho que, seguramente, quedará registrado en uno de los lugares más preciados por la señora. No sería raro, incluso, que la fotografía ésa acompañe, palmo a palmo, la típica blanco y negro que los dueños de casa tienen sobre la biblioteca, que en realidad, no es más que un mueble bonito, quizás una herencia, y sobre el que descansan más copas y botellas que libros.
A Hotuiti lo siguió el hipermusculoso Patricio Laguna y un par de clones de los que no estoy seguro de sus nombres. En cuanto a las mujeres, la muestra incluyó a Carla Ochoa, Lissette Sierra, Christiane Balmelli y la mismísima María Eugenia Larraín. Nunca pude sacrme de la cabza la frase que eligieron como titular en una de las revistas de sociedad, "Ahora estoy lista para amar", y cada vez que la ex de Zamorano salía al escenario, la podía oir diciendo semejante testimonio.
Guiños al público, saludos específicos a una que otra embajadora de La Dehesa despistada en el lugar fueron el contexto inadvertido para la gran mayoría de mujeres que alucinaban con las colitas forradas en lycra de los modelos de turno. Otro gol de la Cuca, golazo, mejor dicho.
Sí, porque a plena luz del día el entorno del recinto tiene más aspecto a protrero que a otra cosa. Sí, porque por más que se disfracen las cosas, en su individualidad, siguen siendo una copia, un espejismo de otra. Digo, subirse al mundo de la fantasía no cuesta nada y eso es lo que mejor hace la señora González. Como si fuera una parrillada en la carta de sus locales, vende la ilusión de ser alguien importante, cercano al mundo de la farándula, autorizada por los propios íconos de ella, en un plato hirviente por las brasas que yacen abajo. No digo que esté mal, pero es demasiado evidente el lucro con la inocencia, con la ingenuidad de los que darían una buena parte de sus ingresos por rozar si quiera, la estela televisiva que se esconde en este y otro tipo de fiestas.